miércoles, 13 de agosto de 2014

Cuidando del niño interior

Muchas veces, cuando llegamos a la vida adulta, dejamos a un lado e incluso nos olvidamos del niño que fuimos. Las responsabilidades, las tareas, las obligaciones, las preocupaciones…. Hacen que estemos más pendientes de tareas externas.

Sin embargo, por más edad que tengamos, todos llevamos en nuestro interior a un niño.  Algunas personas tienen muy buena relación con él: le han integrado bien en su vida, conservando la alegría, el disfrute, y cuidando y respetando esta relación.

Otras personas, y muchas veces de forma inconsciente,  no le tratan bien. No es que se dirijan a él de forma explícita, sino más bien a sí mismas: atacando su parte de vulnerabilidad, sometiéndose a muchas tensiones, criticándose, desvalorizándose... Esto provoca estados de ansiedad, estrés, 
depresión, cansancio… ya que es una lucha continua con nosotros mismos, y no es otra cosa que una repetición de una pelea externa que debimos aprender en nuestra infancia, cuando personas que fueron especialmente significativas para nosotros hicieron eso mismo con nosotros: en lugar de cuidar y proteger, sembraron críticas, inseguridades, miedo, dolor…

De modo que hoy me gustaría que en esta ocasión, este artículo vaya dirigido más bien a un ejercicio práctico en el que aprender a restaurar una mejor relación con nosotros mismos, y especialmente, con ese niño  que fuimos y que necesita protección:



Cierra los ojos e imagínate que estás paseando  por un sendero tranquilo, muy bonito, en un ambiente relajado. Tómate unos minutos para observarlo: el sonido de los pájaros, el agua de un riachuelo que corre por allí cerca, el sonido del viento que mueve las hojas al pasar… Disfruta del color y del olor de las flores mientras paseas.

De pronto, divisas una pequeña figura a lo lejos. Según te vas acercando, ves que se trata de un niño/a. Te acercas,  y le observas. Ves cómo es, qué aspecto  tiene, la expresión de su cara… El niño te pide que te sientes a su lado. Quiere hablar contigo.  Te sientas junto a él y le preguntas en qué puedes ayudarle. Escucha  lo que este niño tiene que decirte: tal vez cómo se siente, alguna cosa que le preocupa… o tal vez aún no se atreva a hablar y se queda callado.

No obstante, te acercas a él y le indicas que no tiene de qué preocuparse, que tú estás ahí y te encargarás de hacer lo necesario para que se sienta bien.

Te mira, con expresión más relajada, y poco a poco se va despidiendo de ti. Vas volviendo por el mismo sendero, reflexionando acerca de esta experiencia, y de cómo ha sido tu encuentro con este niño.

Poco a poco, vas abriendo los ojos y buscas un papel y lápiz, para poder escribirle una carta a tu propio niño, a ese niño que fuiste y que no tuvo lo que necesitaba. Le escribes una carta desde tu parte adulta, indicándole todo lo que has aprendido en el camino, y todas aquellas cosas que te surjan: cómo te gustaría cuidarle, pedirle perdón si le has tratado mal, en qué le puedes ayudar para que ambos podáis vivir mejor.





  Lo ocurrió cuando eras niño es parte del pasado, y no se puede cambiar. Pero sí puedes cambiar cómo relacionarte ahora contigo mismo, y hacerte cargo de ti mismo cuidando también de esa parte de niño que todos tenemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario