jueves, 25 de julio de 2013

La adicción al sufrimiento

El amor es uno de los afectos más básicos del ser humano. Todas las personas necesitan afecto, cariño… para poder vivir, crecer y desarrollarse de una manera sana. Si no hay afecto, se retrasa el crecimiento de los niños, les bajan las defensas, aumenta el número de enfermedades, y surgen problemas de estrés, depresión, problemas de autoestima….

Cuando nos sumergimos en una relación emocional, de pareja, sabemos que siempre hay riesgo de que no funcione, de salir lastimados, de que la otra persona nos abandone, de que puedan surgir críticas… nos sentimos vulnerables. No obstante, los beneficios de estar en una relación de pareja parecen tan altos que la mayor parte de la gente está abierta a arriesgarse y tratar de construir una pareja, una unión de intimidad en la que “te importo y me importas”.

Hay otras personas que están totalmente cerradas a involucrarse en una pareja y huyen activamente de ellas. Creen que el sufrimiento será tan terrible que no les merece la pena los beneficios o el placer que pudieran obtener.



En este artículo vamos a abordar un tipo específico de relaciones que es “La adicción al sufrimiento”. Seguro que todos conocéis a alguna persona con estas características, o tal vez vosotros mismos hayáis pasado por esto: Se ve claramente cuando una persona está enganchada a una relación que no funciona, que es dañina para la persona y le hace sufrir, y sin embargo, se ve incapaz de abandonarla”. Se da con mayor frecuencia en mujeres,  aunque también hay hombres que presentan estas características.

¿Por qué una persona se mantiene en una relación que, al menos aparentemente, sólo le trae sufrimiento?

Para dar respuesta a esto hay que remontarse a la infancia de la persona. Suelen provenir de ambientes en los que uno o ambos progenitores se relacionaban con ellos con conductas destructivas de maltrato (críticas, gritos,  indiferencia, golpes, abusos sexuales…). El niño crece con la idea de que “esto es lo normal”, y aunque sus sentimientos iniciales son de rabia, miedo, tristeza… se ven invalidados y pasa a transformarse en un mensaje del tipo “hace esto porque me quiere”. Es tan fuerte la necesidad de un niño del afecto de sus padres, que ante la ausencia de este, o ante un afecto negativo, se transforma y se distorsiona la idea y el niño interioriza que “el sufrimiento es amor”.



Al llegar a la edad adulta, inconscientemente, eligen a aquellas personas con las que pueden seguir repitiendo el patrón al que tuvieron que acostumbrarse de pequeños. Si os fijáis bien, veréis que suelen sentirse atraídas por personas frías, inaccesibles, personas que van a lastimarlas. Es muy común que sus parejas tengan problemas como alcoholismo, drogas, continuas infidelidades,  que sean fracasados….
Es común en estas mujeres la idea de estar dispuestas a sufrir sin límites, en nombre del amor. Creen que si se esfuerzan, si trabajan lo suficiente, podrán cambiar a su pareja y conseguir lo que tanto anhela, la felicidad. Vuelven a repetir lo aprendido en la infancia, buscando solucionar un conflicto que se remonta allí, tratando de lograr control sobre la situación: si me porto bien, si hago esto o lo otro, conseguiré al fin que me quieran.

¿Qué hace que estas personas se enganchen a relaciones de sufrimiento?

La clave está en la impredecibilidad.  Si mi padre, o mi pareja, fueran siempre duro, violentos… optaría por ignorarle y buscar personas que me pudieran amor y afecto. En cambio, en todas las familias, por más dura que haya sido su infancia, siempre hay pequeños momentos en el que los padres muestran algo de cariño, un gesto de ternura, una palabra amable… y son estas excepciones las que hacen que primero de niños y después de adultos nos enganchemos a ellas, buscando activamente reproducir esas situaciones en las que hemos conseguido el afecto. La persona piensa que está en su mano,  que con amor podrán conseguir que esa persona cambie, sea más afectiva… si se esfuerza lo suficiente, en lugar de admitir la realidad: que no está en su mano, que esas personas son inaccesibles y que la excepción, no es más que eso, excepción, y jamás se convertirá en habitual.




Por otra parte, el cambio, lo nuevo, siembre da cierto resquemor. Está en la cultura popular: “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Están acostumbradas a este tipo de situaciones en el que sentirse víctima es algo habitual, es lo que en psicología se conoce como  “zona de confort”, y la persona siente cualquier cambio, aunque éste sea para su bienestar, y la falta de conflicto, como una amenaza. No es cierto que encuentren placer en el sufrimiento (aunque sí les da mucha intensidad a sus vidas),  es simplemente que les resulta familiar.

Poder salir de este tipo de relaciones no es fácil, y requiere ayuda psicológica profesional. No se trata de dar consejos y decir “mereces a alguien mejor”, sino que el cambio es mucho más profundo y requiere de tiempo y esfuerzo que la persona debe estar dispuesta a realizar. El primer paso es el reconocimiento.
Para terminar, si os ha gustado este tema y queréis más información al respecto, os recomiendo un libro que lo explica muy bien y muy fácil de entender: “Las mujeres que aman demasiado”, de Norvin Norwood.


viernes, 12 de julio de 2013

Psicoterapia y medicación

“La psiquiatría es la enemiga de la psicología” es una frase que aún a día de hoy sigue estando presente en mucha gente, tanto en profesionales que se dedican a la salud mental como en la gente de a pie.

Por este motivo en este artículo quería hacer un especial hincapié en que estas dos disciplinas, que se dedican a un motivo común, y el cual es la búsqueda de salud mental, no pueden ni deben ser nunca incompatibles.

A lo largo de mi experiencia como psicóloga he escuchado en repetidas ocasiones frases como: “es que los psiquiatras lo único que hacen es medicar”, “lo único que hacen es dejar a la persona drogada”…. Y también otras del tipo: “los psicólogos no valen para nada”, “todo es pura palabrería”….
Ambas posiciones me parecen peligrosas y creo que no benefician a nadie.  He visto y trabajado en conjunto con psiquiatras muy buenos, en la búsqueda de un objetivo común: que la persona mejore, que recupere su bienestar…. Así mismo también he visto y trabajado con psiquiatras y psicólogos que más que centrarse en la salud de la persona lo único que hacían era cubrir expediente y “hacer como si” estuvieran trabajando. Como en todo, hay buenos y malos profesionales.

Muchas personas vienen a consulta preguntando si deberían tomarse la medicación que les ha recetado el psiquiatra, o  si pueden dejar de tomársela… Siempre mi posición en estos casos ha sido la misma: la medicación es algo que “puede ayudar para aliviar el malestar”, y que si tiene dudas, contraindicaciones o cualquier otra cosa lo mejor es consultarlo con el psiquiatra o el médico y ver la posibilidad de ajustar la medicación a las necesidades de la persona.

Algunas personas enseguida recurren a la medicación en cuanto sienten el más mínimo malestar. En estos casos sería bueno aprender a tolerar un mínimo de ansiedad,  de frustración de dolor…. Así mismo, otras personas, pese a estar pasándolo realmente mal, son muy reacias a tomar nada, pero también hay que aprender a diferenciar si la necesito o no, o si estoy generando al negarme a tomar nada más sufrimiento y malestar.
Hay enfermedades, especialmente en casos como puede ser una depresión mayor, esquizofrenia….en que la medicación hace imprescindible, ya que sin una ayuda farmacológica la persona no puede alcanzar un mínimo de capacidades para poder afrontar las dificultades básicas de la vida (como por ejemplo levantarse de la cama, comer, asearse…), y si no están médicamente tratados podríamos hacer muy poco en un tratamiento psicoterapéutico. A la vez, me parece importante resaltar, que la medicación por sí sola en muchas ocasiones no es suficiente, al igual que hay veces la psicoterapia por sí sola tampoco es suficiente, y que se deben combinar las dos para lograr que la persona pueda recuperar las riendas de si vida.


Está demostrado  que hay una parte de mejoría en los pacientes que toman medicación que no mejoran por la medicación por sí sola, ya que en estudios que se han realizado a aquellas personas que les dieron “placebo” (es decir, una pastilla que en realidad no tenía ningún efecto) producían también un grado de mejoría significativo. Lo cual viene a recordarnos que para un número importante de personas, no es la medicación en sí, sino la actitud de la persona y la confianza que deposita en que eso va a funcionar.

Lo mismo ocurre con la psicoterapia. En realidad creo que no importa mucho de qué corriente sea cada uno: puede ser psicoanalista, conductista, Gestalt…. Siempre y cuando se pueda conseguir la confianza de la persona y que colabore en su proceso de sanarse. Es fundamental que la persona pueda confiar en que ese psicólogo que tiene enfrente le va a poder ayudar, y esa responsabilidad, de ganarse su confianza, también le corresponde al psicoterapeuta.

Cuando se trabaja conjuntamente, sabiendo que cualquier cosa que beneficie a la salud de la persona es igualmente importante, en muchos casos la persona cada vez va necesitando cada vez menos medicación. 

La medicación ayuda a calmar el malestar, la terapia ayuda a identificar de dónde proviene ese malestar y poder cambiarlo para aprender a manejar nuestra vida de un modo más saludable.

miércoles, 3 de julio de 2013

El perdón

Perdonar, ¿por qué es importante?

Cuando alguien nos ha hecho daño, no sentimos víctimas, tenemos sensación de sufrimiento, de injusticia, de rabia, de venganza….

Todos estos sentimientos, que, aunque son una reacción normal para protegerse de un “ataque” exterior, si se prolongan en el tiempo van a actuar en contra de nosotros mismos. Aquellas personas que no son capaces de perdonar, van a seguir enganchados a aquellas situaciones en las que se han sentido injustamente tratados, y van a recrear una y otra vez la escena en un intento de buscar una compensación.

Perdonar no es lo mismo que olvidar. Perdonar no es sinónimo de confiar. Perdonar significa que dejo de estar en la lucha, ya no estoy en la pelea tratando de que “pagues” por lo que hiciste para recuperar mi equilibrio.  Implica no desear venganza ni ningún mal hacia esa persona, simplemente dejarla seguir su camino. E implica poder ser libre yo también, para poder seguir el mío.



Para poder perdonar hay que entender a la otra persona. Poder escucharla, poder meterse en su piel (empatía) y sus circunstancias. Esto no quiere decir que justifiquemos su acción, ni que neguemos nuestros sentimientos. Tampoco quiere decir que no debamos protegernos, es bueno revisar en qué podemos haber influido nosotros para llegar a esa situación y podamos evitar situaciones parecidas en el futuro.

A menudo en el proceso de la terapia se hace necesario poder contactar con el perdón para poder seguir avanzando y limpiar relaciones que se han estancado fruto de la incomunicación. A veces implica una ruptura de la relación, porque el paciente prefiere seguir su camino solo, siente que ya se ha hecho todo lo que se podía hacer. Otras veces implica un saneamiento de la relación para poder volver a instaurar la confianza y la equidad en la misma.

Por otra parte, cuando se pide perdón, es importante hacer primero una reflexión. No tiene sentido pedir perdón si no se entiende qué es lo que le ha dolido o molestado al otro. Aquí, igualmente, hay que ser capaz de ponerse en la piel del otro. Y también, el deseo de que esa conducta que implica un daño en la otra persona no se vuelva a repetir, así como una restauración  (una compensación) del daño hecho.


También igual de importante que aprender a perdonar a otras personas, es aprender a perdonarse a uno mismo.