El amor es uno de
los afectos más básicos del ser humano. Todas las personas necesitan afecto,
cariño… para poder vivir, crecer y desarrollarse de una manera sana.
Si no hay afecto, se retrasa el crecimiento de los niños, les bajan las
defensas, aumenta el número de enfermedades, y surgen problemas de estrés,
depresión, problemas de autoestima….
Cuando nos sumergimos en una
relación emocional, de pareja, sabemos que siempre hay riesgo de que no
funcione, de salir lastimados, de que la otra persona nos abandone, de que
puedan surgir críticas… nos sentimos vulnerables. No obstante, los beneficios de estar en una
relación de pareja parecen tan altos que la mayor parte de la gente está
abierta a arriesgarse y tratar de construir una pareja, una unión de intimidad
en la que “te importo y me importas”.
Hay otras personas que están
totalmente cerradas a involucrarse en una pareja y huyen activamente de ellas.
Creen que el sufrimiento será tan terrible que no les merece la pena los
beneficios o el placer que pudieran obtener.
En este artículo vamos a abordar
un tipo específico de relaciones que es “La adicción al sufrimiento”. Seguro que todos conocéis
a alguna persona con estas características, o tal vez vosotros mismos hayáis
pasado por esto: Se ve claramente cuando una persona está enganchada a una
relación que no funciona, que es dañina para la persona y le hace sufrir, y sin
embargo, se ve incapaz de abandonarla”. Se da con mayor frecuencia en
mujeres, aunque también hay hombres que
presentan estas características.
¿Por qué una persona se mantiene en una relación que, al menos
aparentemente, sólo le trae sufrimiento?
Para dar respuesta a esto hay que
remontarse a la infancia de la persona. Suelen provenir de ambientes en los que
uno o ambos progenitores se relacionaban con ellos con conductas destructivas
de maltrato (críticas, gritos, indiferencia, golpes, abusos sexuales…). El
niño crece con la idea de que “esto es lo normal”, y aunque sus sentimientos
iniciales son de rabia, miedo, tristeza… se ven invalidados y pasa a
transformarse en un mensaje del tipo “hace esto porque me quiere”. Es tan fuerte la necesidad de un
niño del afecto de sus padres, que ante la ausencia de este, o ante un afecto
negativo, se transforma y se distorsiona la idea y el niño interioriza que “el sufrimiento es amor”.
Al llegar a la edad adulta,
inconscientemente, eligen a aquellas personas con las que pueden seguir
repitiendo el patrón al que tuvieron que acostumbrarse de pequeños. Si os
fijáis bien, veréis que suelen
sentirse atraídas por personas frías, inaccesibles, personas que van a
lastimarlas. Es muy común que sus parejas tengan problemas como alcoholismo,
drogas, continuas infidelidades, que
sean fracasados….
Es común en estas mujeres la idea de estar dispuestas a
sufrir sin límites, en nombre del amor. Creen que si se esfuerzan, si trabajan
lo suficiente, podrán cambiar a su pareja y conseguir lo que tanto anhela, la
felicidad. Vuelven a repetir lo aprendido en la infancia, buscando
solucionar un conflicto que se remonta allí, tratando de lograr control sobre
la situación: si me porto bien, si hago esto o lo otro, conseguiré al fin que
me quieran.
¿Qué hace que estas personas se enganchen a relaciones de sufrimiento?
La clave está en la impredecibilidad. Si mi padre, o mi pareja, fueran siempre duro, violentos… optaría por
ignorarle y buscar personas que me pudieran amor y afecto. En cambio, en todas las familias,
por más dura que haya sido su infancia, siempre hay pequeños momentos en el que
los padres muestran algo de cariño, un gesto de ternura, una palabra amable… y
son estas excepciones las que hacen
que primero de niños y después de adultos nos enganchemos a ellas, buscando activamente reproducir esas
situaciones en las que hemos conseguido el afecto. La persona piensa
que está en su mano, que con amor podrán
conseguir que esa persona cambie, sea más afectiva… si se esfuerza lo
suficiente, en lugar de admitir la realidad: que no está en su mano, que esas
personas son inaccesibles y que la excepción, no es más que eso, excepción, y
jamás se convertirá en habitual.
Por otra parte, el cambio, lo nuevo, siembre da
cierto resquemor. Está en la cultura popular: “más vale lo malo conocido que lo
bueno por conocer”. Están acostumbradas a este tipo de situaciones en el que
sentirse víctima es algo habitual, es lo que en psicología se conoce como “zona de confort”, y la persona siente
cualquier cambio, aunque éste sea para su bienestar, y la falta de conflicto,
como una amenaza. No es cierto que encuentren placer en el sufrimiento
(aunque sí les da mucha intensidad a sus vidas), es simplemente que les resulta familiar.
Poder salir de este tipo de relaciones no es fácil, y requiere ayuda psicológica profesional. No se trata de dar consejos y decir “mereces a alguien mejor”,
sino que el cambio es mucho más profundo y requiere de tiempo y esfuerzo que la
persona debe estar dispuesta a realizar. El primer paso es el reconocimiento.
Para terminar, si os ha gustado
este tema y queréis más información al respecto, os recomiendo un libro que lo explica
muy bien y muy fácil de entender: “Las mujeres que aman demasiado”,
de Norvin Norwood.